Tecnoadicción
Es la dependencia o uso obsesivo de dispositivos digitales y todo lo que conlleva la tecnología de la información y comunicación, así como hacia los videojuegos; una dependencia que no sólo deteriora la funcionalidad del adolescente sino que le abre el camino hacia otras adicciones.Es importante que los padres observen muy cerca el comportamiento que tienen sus hijos ante estos dispositivos electrónicos, así como el tiempo que dedican ya que pudieran tener una afectación física, psicológicao social,incluso antes de volverse dependientes de ellos.
Las grandes tecno-adicciones hoy en día son hacia los videojuegos, el Facebook,y navegar por internet; y en menor porcentaje se está dando una adicción hacia los BBM (Black Berry Messenger).Si bien es cierto, los avances tecnológicos facilitan muchos aspectos de nuestra vida como la comunicación instantánea o las compras on line, también es cierto que su uso excesivo afectan no sólo el desempeño académico, sino también la personalidad misma del adolescente.
¿Cómo identificar al adolescente que está viviendo esta adicción?
Pasa más de 90 minutos diarios en esta actividad, pierde totalmente el contacto con su entorno, se muestra irritable cuando le interrumpes, miente cuando le preguntas cuánto tiempo lleva ahí sentado, descuida sus deberes escolares o sus quehaceres domésticos, el Facebook lo considera su único medio para socializar, ha dejado de lado actividades físicas recreativas, se le hace ya común faltar el respeto a otros usuarios, cada vez le dedica más tiempo a estar conectado o video jugando.
Si está con la familia, también está conectado, sufre por no poder disponer de conexión más rápida a la red, y si los va acompañar a algún lugar, le preocupa que no haya WIFI.
Está constantemente interesado en actualizar su equipo a la última generación por ejemplo más veloces para procesar información, más capacidad en la memoria de almacenamiento, o con características que los hagan más versátiles. Ha alterado su ciclo del sueño; por las noches padece insomnio porque está acostumbrado a dormir poco ya que juega o navega a altas horas de la noche, razón por la cual está durmiendo durante el día. Maneja ansiedad por el hecho de estar lejos de la computadora, y euforia o excitación de saber que se conectará. Constantemente está pensando en navegar, en checar su Facebook o videojugar.
La mayoría de los tecno-adictos descuidan su apariencia personal, sus hábitos y rutinas que le permitan tener funcionalidad.
En otras palabras, han convertido la tecnología del videojuego, la información o la comunicación en un eje en el cual gira su vida, al punto de considerar que es el único medio para ser feliz.
Estimado lector, no favorezcas la tecno-adicción en tu hijo adolescente al regalarle exclusivamente dispositivos electrónicos, o favorecerle el privilegio de estar más tiempo conectado o jugando.
recompensa de inmediato, por eso no les gusta la escuela, porque es un proyecto a largo plazo. Ello lo quieren todo rápido Consecuencias: Dificultad para postergar la gratificación.- han acostumbrado a su cerebro a recibir, no pueden esperar
Descuido y abandono personal.- el Messenger o los videojuegos no requieren de arreglo personal, así que el baño diario y el peinado adecuado pasan a segundo término, sin mencionar a fondo que las actividades sedentarias como estas, están íntimamente asociadas a la obesidad.
Desatención de roles importantes.- tanto en el hogar como en la escuela, las obligaciones también pasaron a segundo término, se convierten al poco tiempo en irresponsables; bajan sus calificaciones, tienen proyecto de vida muy corto, y constantemente son regañados por sus padres por no haber tendido ni siquiera su cama.
Inmadurez psicológica y social.- como psicólogo especialista en adolescentes, he encontrado que la tecno-adicción posterga la madurez del sujeto en estas dos áreas tan importantes del desarrollo, la psicología y la social, lo único que hace un tecno adicto es crecer físicamente, algo lamentable porque en la adolescencia es cuando se adquieren herramientas o se desarrollan habilidades para abrirse paso en la vida, y tomar decisiones asertivas.
Intolerancia a la frustración.- tantas horas expuestos al monitor, y a la ansiedad propia de esta actividad que los vuelve irritables en extremo, no les puedes interrumpir para perderles un favor porque su reacción es neurótica, incluso ya están enojados antes de que les hables.
Síndrome de abstinencia.- de las mismas características e intensidad que el que presenta un adicto a la marihuana o cocaína cuando se está absteniendo de su dosis. Se vuelven violentos, agresivos; avientan cosas, amenazan con hacerse algo si no regresan a su actividad, dan miedo.
Pérdida de control de impulsos.- aunque hayan prometido no tocar la consola de video o conectarse al navegador, lo hacen; por esa razón se vuelven expertos en mentir, persuadir o manipular a sus padres para que no los limiten.
¿Qué hacer?
Haz conscientes a tus hijos del problema que pudieran llegar a desarrollar, esto se llama prevención.
Reglamenta hacia una baja exposición diaria para evitar la dependencia, 90 minutos diarios es más que suficiente, esto se llama autoridad paterna.
Capacítate en las tecnologías del Internet, redes sociales, vídeo juegos y multimedia, esto se llama padres interesados en ser líderes de sus hijos adolescentes.
En casos patológicos de tecno-adicción, busca ayuda especializada, esto se llama padres inteligentes.
UN EJEMPLO ES EL DE ALVARO ANGUITA............
Álvaro miraba constantemente su smart-phone para hablar en más de diez grupos de WhatsApp, compartir fotos y enviar audios de los conciertos a los que iba. Tiene 29 años, es técnico cinematográfico y, como la mayoría de los usuarios de celulares, se despertaba y se dormía mirando su pantalla.
“Si tenía que tomar un bus, buscaba en una aplicación cuánto le faltaba para llegar –cuenta–. Tenía que salir con un cargador, porque se descargaba muy rápido por el uso. En él escuchaba música en la aplicación de Spotify y utilizaba WhatsApp para todo. Para los proyectos cinematográficos tenía un grupo con los de dirección, otro con la producción y uno para los de foto. Era agotador”.
Pew Research Center, un centro de pensamiento en Washington D. C., estableció que los estadounidenses de entre 18 y 24 años envían 110 mensajes diarios con sus celulares. Y una investigación patrocinada por Nokia concluyó que de las 16 horas que una persona está despierta, en promedio revisará su celular cada seis minutos.
Para no estar pendiente de su celular, Anguita trataba de guardarlo cuando estaba con otra persona. Pero si percibía un ruido o una vibración, no podía evitar mirarlo. La relación con su smartphone tuvo un quiebre en enero, después de un accidente: se le cayó y la pantalla se rompió. Intentó seguir usándolo, pero dejó de funcionar.
Sebastián Sösemann tiene 31 años, trabaja en ventas de ropa y hace cuatro meses decidió dejar su smartphone, porque no soportó lo invasivo que resultó WhatsApp. Quiso dejarlo cuando se dio cuenta de que no podía parar de revisar su teléfono.
“Me sentía medio esclavo de él. Recibía constantemente mensajes de mi trabajo que perfectamente podía recibir al día siguiente. El teléfono se estaba metiendo en mi vida personal y decidí volver a uno tradicional”, dice.
Así que se compró un celular sin conexión a internet, pero con una batería que dura 30 días. Y comenzó a leer sus correos solo cuando tenía un computador al frente.
Hasta aprendió a pedir un servicio de Uber sin usar el móvil. Se sentía descansado y se dio cuenta de que el mundo no se acababa si no estaba todo el día conectado.
“Me humanicé más porque tenía que juntar valor para llamar a alguien. Escribir un mensaje, lo que todos hacen para comunicarse, no requiere nada –destaca–. Ahora tenía que escuchar el tono de voz, la intención del otro. Todo lo que había perdido usando WhatsApp”.
Pero pronto sintió que se estaba aislando: ya no tenía notificaciones sobre los cumpleaños de sus amigos, no podía ver las fotos de sus familiares y los fines de semana no recibía mensajes de nadie invitándolo a salir. “No te enteras de las cosas que hace o dice el resto, porque la gente da por sentado que si manda algo por WhatsApp uno lo leerá –lamenta–. La gente tenía que llamarme para avisarme de las cosas y mi jefe tenía que repetirme lo que había dicho por la aplicación”. Por la presión social, volvió a tener smartphone.
Más extremo es Gonzalo Rojas, columnista y profesor de Derecho, quien nunca ha tenido uno. “A los 64 años vivo libre y feliz. Cuando alguien necesita ubicarme, tiene dos posibilidades: me llama a un fijo, en el que hablo una vez cada 20 días, o me manda un correo, de los cuales recibo entre 250 y 300 diarios”, explica sentado en su oficina.
Según el académico, en el celular hay dos dimensiones, la lúdica y la dramática. “La gente tiene poco espacio para jugar y lo logra en sus teléfonos. Y, por otro lado, cree que está haciendo cosas muy importantes en el celular, que cuando tuitea va a cambiar el mundo –argumenta–. Y yo no vivo ni el mundo lúdico ni el dramático, vivo normal, gozo con el fútbol, me tomo en serio la política, pero no tengo por qué saber qué es lo último que ha tuiteado el analista de moda”.
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